La vida en IV actos de un «subastero»

Fotos: Agencia Cuartoscuro (bajadas del portal Animal Político)

I

La impaciencia se apodera de ellos. El aire es denso. Incomodas las sillas donde están sentados. Pocas veces se miran a los ojos o se dirigen la palabra entre ellos, pero ya armaron un plan: Comprar las más de ocho toneladas de acero que subastarán en el salón Iturbide del Hotel Sheraton María Isabel  de la ciudad de México. Los cinco se encuentran en la subasta  realizada por  el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE), instancia que entre sus responsabilidades tiene la de administrar los bienes confiscados en las aduanas del país o por las órdenes de un ministerio público o  juez federal.  Los minutos pasan y los socios continúan inquietos. Es hasta que escuchan la voz del Martillo –como se les conoce a los conductores de este tipo de subastas- dar el precio de arranque del lote que les interesa, que aguzan sus sentidos y  lanzan la primera oferta.

“Lo mejor es comprar entre varios para dividir la deuda”, dice uno de los cinco socios quienes finalmente adquirieron, en un millón 620 mil pesos, las más de ocho toneladas de acero que formaban parte de los bienes subastados por el SAE. Cuando platico con él prefiere manterener su nombre anónimo, pero asegura que tiene más de 30 años dedicados a recorrer cuanto subasta se realiza en el país. Tanto sólo el SAE organiza un promedio de cinco al año, más aparte las que realizan particulares, empresas de paquetería, aviación, construcción y transformación, entre otras.

Su rostro luce más relajado cerrada la negociación. Invirtieron varios miles de pesos en la compra del acero, que piensan vender a una empresa recicladora.  La “chatarra”, como le llama, no es la única mercancía que procura cuando acude a una subasta. Hace cinco años compró a una empresa de servicios de paquetería, una carga de sobres que nadie reclamó y que finalmente cayó en sus manos a precio de remate. En esa ocasión se topó con una caja en cuyo interior se encontraban sobres con 10 cuadros de un pintor “medianamente reconocido”.  El coleccionista que se los compró le dio 10 mil pesos por ellos. Si se toma en cuenta que por cada sobre pagó dos pesos, su ganancia fue de 998 por óleo.

II

En poco más de tres décadas de acudir a subastas –comenzó a trabajar en el sexenio del presidente José López Portillo (1976-1982)-, nunca se había sentido tan preocupado por su seguridad personal, como actualmente le pasa.  El “subastero”, como se les conocen a las personas que se dedican a pujar en subastas, reconoce que a partir de que el SAE comenzó a vender los bienes y joyas incautadas a miembros de células del narcotráfico, nueva gente se ha acercado e inscrito a estos eventos, estableciéndose nuevos códigos de seguridad.

“Antes todos nos conocíamos y platicábamos, pero ahora hay mucha gente nueva”. Además, por cuestiones de seguridad, el SAE no revela la identidad de los participantes, lo que califica como un acierto.

Pero con todo y estos nuevos códigos, se han presentado casos en los que durante el desarrollo de la subasta se reciben llamadas telefónicas con falsas amenazas de bomba. El subastero recordó que eso les sucedió hace un año, en unas de las subastas donde se vendió un lote de joyas confiscado a miembros de la delincuencia organizada. “Hubo gente que se asustó mucho”.

III

De las anécdotas que más recuerda con satisfacción en su labor como subastero, se encuentra la de haberse  topado con las 10 pinturas en un lote de sobres de paquetería. No sólo ganó buen dinero en esa ocasión, también le permitió rescatar el trabajo de un artista, que de otra manera se hubiera perdido.

Al escuchar su respuesta, sin embargo, no puede contener la curiosidad para preguntarle qué tanta demanda tienen, en los eventos del SAE, los cuadros de pintura y las esculturas que ahí se subastan.  “Mucha”, me responde el subastero, quien me explica que hay gente que sabe de arte y compra estas obras para sus colecciones privadas o para revenderlas en otros lugares.

Como ejemplo puso el cuadro del pintor Francisco Urbina (1921-2005), vendido 20 minutos antes de que él y sus socios compraran el lote de acero. La obra a la que hace referencia, formaba parte de los bienes asegurados al empresario de origen Chino Zhenli Ye Gon, acusado en México por los delitos de importación, manufactura de sustancias sicotrópicas, así como lavado de dinero y posesión de armas de fuego.

Tanto el cuadro de Urbina, que es un paisaje de los canales de Xochimilco, así como el óleo de “El lirio está muerto”, pintado en 1873 por el francés Alexandre Asrael -que también formaba parte de la colección de Ye Gon-, fueron vendidos a un coleccionista que pagó 46 mil 400 pesos y 174 mil, respectivamente, por los dos cuadros.

“Por lo regular esas obras siempre se venden. A veces con muchos o pocos postores, pero siempre hay gente interesada en comprar piezas originales”.

IV

Antes de cruzar palabras por última vez, ya que el subastero sólo tenía gafete para la compra de mercancía de bienes y ya había iniciado la venta de autos de lujo, donde los platos fueres eran un Lamborghini murciélago y el lote de 18 vehículos asegurados por el Ejército, el 29 marzo de 2011, a un negocio automotriz de Guadalajara, Jalisco, me platica la vez que adquirió un lote de coches no aptos para circulación y que después vendió como lote de refacciones y autopartes.

Me lo dice mientras dos personas pujan el precio del Lamborghini, decomisado por la PGR en el municipio de San Nicolás de los Garza, Nuevo León, que como precio de arranque se martilleó en un millón 128 mil 600 pesos, para venderse finalmente en un millón 550 mil pesos. “Sacamos buen dinero por ese lote de autos”.

La despedida fue de palabras y sin saludo de mano. El subastero tenía un aire diferente en su rostro cuando cruce la mirada con él. Nada parecido al que tenía cuando lo vi sentado de soslayo en la incómoda silla. En esta ocasión lo noté relajado. Le dije “hasta luego” y le di las gracias por la plática, no sin antes preguntarle qué le parecía la afluencia a esta subasta.

“Es baja”, me respondió. Explicó que otros eventos han tenido más de 300 postores en un solo día, pero en esta ocasión el salón no se encontraba al 50 por ciento de capacidad, sin embargo, me dice que la puja “estuvo buena”.

En un comunicado de prensa, el SAE informó que poco más de 100 postores participaron en la subasta del viernes 30 de septiembre, arrojándoles dividendos por 36 millones de pesos, poco menos de la mitad de los 80 millones obtenidos hace casi un año en la subasta de los días 18 y 19 de noviembre de 2010, la cual fue calificada como “histórica” con una participación de más de 400 postores registrados.

Acompañado de sus socios, el subastero se marcha tranquilo del Hotel Sheraton. Ya no es esa persona impaciente que esperaba la puja sentado en una incómoda silla. Ahora, camina con una cara en la que no esconde la alegría de haber finiquitado un buen negocio.

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